La creciente incidencia de hígado graso no-alcohólico subraya la urgencia por
comprender esta enfermedad, no solo por médicos, sino también por el público en
general, y es que, con frecuencia, suele ser diagnosticada con cierta “ligereza”,
pues, comprender que el hígado se llene de grasa (en ausencia de un abuso en el
consumo de alcohol, ingesta de medicamentos tóxicos para el hígado, o alguna
enfermedad hepática preexistente) puede ser complicado y resultar poco
alarmante para algunos, no así para todos, pues esta enfermedad es capaz de
progresar a cirrosis y posteriormente a carcinoma hepatocelular, el cáncer
hepático más común.
Afecta principalmente a personas mayores de 20 años con factores de
riesgo como diabetes tipo II, obesidad, aquellos con niveles elevados de colesterol
y/o triglicéridos o con síndrome metabólico, es decir, un grupo bastante amplio; si
agregamos que los signos y síntomas suelen ser inespecíficos, se vuelve un
diagnóstico desafiante, por ello, estudios de laboratorio como la medición de
enzimas hepáticas y ultrasonido, además de la elastografía, un estudio capaz de
medir la rigidez de un órgano, y la resonancia magnética, permiten una
aproximación diagnóstica adecuada.
Hoy en día, el tratamiento farmacológico es limitado, por lo que enfatizo la
atención preventiva y el control de los factores de riesgo, remarcando la
importancia de un estilo de vida saludable, además que una detección temprana
puede ser fundamental para limitar los daños.
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Con mayor frecuencia cruza por la puerta del consultorio algún paciente al que le
fue diagnosticado “hígado graso” (hígado graso no-alcohólico), por lo que hoy en
día resulta de suma importancia comprender esta enfermedad, no sólo por el
médico, sino también por la comunidad en general.
Aunque suena alarmante para algunos, no me sorprende que no lo sea
para todos, pues el diagnóstico se suele hacer con cierta “ligereza” y, comprender
lo que implica la acumulación excesiva de grasa en el hígado (sin alguna relación
con el abuso del consumo de alcohol, ingesta de medicamentos tóxicos para el
hígado, o alguna enfermedad hepática preexistente) no es algo sencillo, pero he
de resaltar que este diagnóstico puede progresar a un estado de cirrosis e incluso
evolucionar a un carcinoma hepatocelular, el tipo de cáncer hepático más
frecuente.
Esta condición puede afectar a (casi) cualquier persona, principalmente
aquellos mayores de 20 años con algún factor de riesgo agregado, como puede
ser diabetes tipo II, obesidad central, niveles altos de colesterol y/o triglicéridos y
síndrome metabólico, por lo que resulta imperativo mantener un estilo de vida
saludable, dado que el aumento en la prevalencia del hígado graso ha
incrementado a la par de los factores de riesgo ya mencionados.
Diagnosticar esta enfermedad resulta desafiante, pues los signos y
síntomas son inespecíficos, por lo que análisis de laboratorio, como la medición de
enzimas hepáticas y la realización de un ultrasonido, ofrecen una aproximación
diagnóstica, a pesar de ello, la biopsia hepática continúa siendo el método más
preciso. Alternativas menos invasivas, como la elastografía, estudio que permite
conocer si los órganos se encuentran más rígidos de los normal y la resonancia
magnética, son prometedoras, aunque actualmente de un acceso limitado.
Hoy en día, el diagnóstico de hígado graso continúa en incremento, el
tratamiento farmacológico es limitado, por lo que la atención debe centrase en el
control de los factores de riesgo, mientras que la detección temprana permitirá una
limitación de los daños, por lo que resulta importante el tamizaje en aquellos
grupos que presentan un mayor riesgo.
-Octavio Hernández