El siglo XXI implicó momentos insólitos en lo referente a la política mexicana. Por primera vez, el candidato a la presidencia del Partido Revolucionario Institucional (PRI) no salió victorioso de la contienda. En su lugar, el candidato del Partido Acción Nacional (PAN) se llevó la sorpresiva y controversial victoria; debido a que, como es preciso recordar, aún cuando ya existía el Instituto Federal Electoral (IFE) no fue este quien lo proclamó, sino el propio presidente en turno. A la referida etapa se le llamó “la alternancia”. Ciertamente, fue una alternancia sumamente criticada, pues los escándalos de opulencia, corrupción y nepotismo del gobierno entrante generaron desconfianza; incluso, al grado de terminar comparando al partido del cambio con el partido oficial. En el año 2006, la inercia de la alternancia fue suficiente para otorgarle la victoria nuevamente al partido del cambio, aunque con una victoria bastante cuestionada y cerrada, dándole fuerza moral al tercer elemento del cuadro: el candidato del Partido de la Revolución Democrática (PRD).
Andrés Manuel comienza a figurar como el candidato anticorrupción, ajeno a los privilegios y excesos de los otros gobernantes, enarbolando la bandera de defensor del pueblo, de los marginados, de los desprotegidos. Su popularidad aumentó cuando en 2012 el partido oficial regresó al poder con una nueva apuesta: un candidato joven, bien parecido, la nueva imagen de un partido totalmente desacreditado. Y no únicamente él, sino gran parte de su equipo fue presentado como “el nuevo PRI”. El desenlace fue desesperanzador, pues este gobierno se caracterizó por escándalos de corrupción a gran escala, violencia e ineficiencia; situación que, terminó por consolidar el hartazgo generalizado y el resentimiento social y a su vez, la inminente victoria de Andrés Manuel.
La elección del 2018 es histórica, no únicamente por la victoria de un nuevo partido (Morena), sino por lo aplastante que esta fue. Con un 53% en el resultado electoral, López Obrador asciende a la silla presidencial; el respaldo popular a su favor, de manera indiscutible. De modo incuestionable, es determinable que el punto de apoyo de Morena para llegar al poder fue el voto de odio o hartazgo contra los demás partidos. El castigo de la sociedad contra los abusos del PRI y el PAN se asestó en las urnas. De este modo, los que fueron longevos opositores pasaron a detentar el poder mayoritario. He aquí el meollo del presente análisis: la estrategia principal del gobierno en turno ha sido diezmar a la ahora oposición. Gradualmente, se ha desplazado la injerencia de las demás fuerzas políticas, hegemonizando la fuerza morenista. Tras analizar la alternancia del siglo XXI y sus consecuencias, se puede vislumbrar que el ejercicio democrático no fue el único factor que dio paso a ella; sin embargo, es innegable que la misma contribuyó a una apertura en este sentido.
La llegada del PAN al poder no fue perfecta, pero fue el inicio de una corriente que discurrió por el cauce direccionado a un sistema político democrático, misma que tuvo su desembocadura en 2018, donde el ejercicio electoral no dejó resquicio de duda de la voluntad popular. No obstante, esta apertura se puede ver comprometida con la actual estratagema política. Se puede decir que la democracia tiene dos vertientes: la electoral y la funcional. La electoral es aquella que se ejerce en las urnas, que define la voluntad del pueblo respecto a sus gobernantes, tema conocido con creces; es la que caracteriza los procesos electorales. La funcional es la esencia de esta forma de gobierno; pues, si tomamos en cuenta que cada partido político representa a un sector de la sociedad, independientemente de ser mayoría o no en lo referente a simpatizantes, todos estos deberían tener una participación en los ejercicios gubernamentales. Hegemonizar la actividad política no implica progreso, aún cuando la mayoría simpatice con aquellos que predominan; contrariamente, representa un retroceso político y social. Así como abusar del poder y las instituciones para no respetar la voluntad popular representa despotismo, justificar la hegemonía mediante esta tiende a la demagogia.