La violencia ácida, un acto de agresión brutal que implica el arrojo de ácido corrosivo sobre una persona, ha emergido como una de las formas más deplorables de violencia de género en todo el mundo. Sin embargo, para comprender la verdadera naturaleza de este acto repugnante, es crucial examinar si se trata simplemente de violencia o si es una expresión extrema de odio hacia las mujeres.
Las estadísticas disponibles sobre la violencia ácida en México son alarmantes. Según datos recopilados por organizaciones de derechos humanos y agencias gubernamentales, se estima que cada año se registran decenas de casos de ataques con ácido en el país. Estas cifras probablemente subestiman la verdadera magnitud del problema, ya que muchos casos no se denuncian por miedo a represalias, estigmatización o falta de confianza en el sistema de justicia.
La violencia ácida va más allá de la mera manifestación de violencia física. Es un acto profundamente arraigado en el odio y el deseo de dominación sobre las mujeres. Cuando un individuo elige deliberadamente desfigurar a otra persona con ácido, está infligiendo un daño irreparable, no solo en términos físicos, sino también en el alma misma de la víctima.
Este acto cruel y despiadado es una expresión extrema del patriarcado y la misoginia que aún prevalecen en muchas sociedades. Al arrojar ácido sobre una mujer, el perpetrador está enviando un mensaje claro de que considera a las mujeres como objetos sobre los cuales puede ejercer su poder y control, y que está dispuesto a destruirlas física y emocionalmente para mantener esa posición de dominio.
La violencia ácida ataca directamente la dignidad inherente de las mujeres. Al desfigurar sus cuerpos y rostros, los perpetradores buscan no solo infligir dolor físico, sino también socavar la autoestima y la identidad de las víctimas. La cicatrización física puede sanar con el tiempo, pero las heridas emocionales y psicológicas persisten mucho más allá de las cicatrices visibles.
Además, la violencia ácida tiene un efecto paralizante en la capacidad de las mujeres para vivir vidas plenas y autónomas. Muchas víctimas enfrentan obstáculos insuperables para acceder a la educación, el empleo y la participación en la vida pública debido a la discriminación y la estigmatización asociadas con su apariencia física alterada.
Lo más lamentable es que en la mayoría de los casos, los perpetradores de estos actos suelen ser personas cercanas a las víctimas, como parejas sentimentales, familiares o conocidos. La falta de correspondencia amorosa o la negativa a mantener una relación sentimental con un hombre puede desencadenar una reacción desproporcionada y peligrosa por parte del perpetrador, que ha terminado en ataques con ácido.
Este comportamiento refleja una profunda misoginia que perpetúa la idea de que las mujeres son objetos cuyo valor radica en su disposición para satisfacer los deseos masculinos. Pues los hombres utilizan la violencia ácida como un medio para ejercer control, poder y venganza sobre las víctimas, dejando secuelas físicas y emocionales que pueden durar toda la vida.
Así fue el caso de María Elena Ríos, la saxofonista que fue víctima de un intento de feminicidio por ataque con ácido a manos de su expareja en 2019. La agresión le provocó quemaduras en el 90% de su cuerpo que la mantuvieron inmóvil en un hospital durante 5 meses.
A raíz de este caso, desde el Congreso de la Ciudad de México se promovieron reformas a Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida libre de Violencia y al Código Penal, que se conocen como Ley Malena, las cuales ya fueron publicadas en la Gaceta Oficial local. Se tipifica como delito el ataque con ácido, sustancias químicas o corrosivas, que causen daños a la integridad de las mujeres, adolescentes, niñas y niños, personas transgénero, transexuales y con discapacidad.Estos ataques deberán considerarse como tentativa de feminicidio cuando causen daños graves y permanentes a la víctima.
La violencia ácida representa una de las formas más atroces de violencia de género, que deja un rastro de sufrimiento y devastación a su paso. Erradicar este flagelo requiere un esfuerzo conjunto y continuo por parte de la sociedad en su conjunto, así como un compromiso firme por parte de las autoridades y las instituciones para garantizar la justicia y la protección de los derechos humanos de todas las personas. En última instancia, la lucha contra la violencia ácida es una lucha por la dignidad, la igualdad y la vida de todas las mujeres. No soy víctima, pero esta también es mi lucha.
-María Fernanda Sánchez Moreno.