En el presente ensayo me dedicaré a demostrar que la necropolítica formulada por Achille Mbembe también implica reconocer que dentro de la colonización moderna existe un tipo de colonización fundamental sobre la cual se sostiene todas las estructuras de dominación: la colonización de los cuerpos de las mujeres. De hecho, el Estado moderno y el sistema económico capitalista se fundan en la administración de la muerte y, en última instancia, de la muerte de las mujeres. La importancia que tienen en este proceso de continuidad y quiebre hace de las mujeres la condición de posibilidad, pero también de imposibilidad del Estado moderno. Como expondré a continuación, esta afirmación se fundamenta en toda una reflexión sobre los sentimientos humanos y sus implicaciones políticas.
Las emociones humanas influyen más de lo que quisiéramos aceptar en nuestro desarrollo individual y social. Dadas nuestras influencias, en el pensamiento occidental se ha construido sobre la negación de lo emocional como una señal de inmadurez y, en algunos casos, de salvajismo. Lo que se ha privilegiado en la filosofía occidental ha sido siempre la razón como única forma de conocer, entender y actuar. Siendo solo aquellos seres humanos racionales los que son reconocidos como capaces, inteligentes y civilizados. Sin embargo, esta confianza en la razón y el desprecio por lo emocional, o en palabras de María Zambrano, este conflicto entre “pensamiento y poesía”1 ha sido la raíz de la decadencia social y política del mundo occidental.
Las raíces de la Necropolítica
La necropolítica es la administración de la muerte, un paso más allá de lo que se planteaba con la biopolítica que sería la administración de la vida (los cuerpos).
«Foucault plantea claramente que el derecho soberano de matar (droit de glaive) y los mecanismos del biopoder están inscritos en la forma en la que funcionan todos.los Estados modernos».2 Esto implica que el Estado, deliberadamente, deja morir a grupos poblacionales a los cuales determina como con vidas de escaso o nulo valor, esto es, vidas sacrificables.
De acuerdo con Mbembe y Foucault, esto se decide con un criterio basado en el «racismo».3 El racismo ha estado presente en nuestras sociedades como un factor de violencia estructural desde los inicios de la colonización europea. Mbembe se refiere al colonialismo como la transferencia de este derecho soberano de matar a otros grupos de población a los que se considera como «salvajes o incivilizados».4
En la actualidad, si bien no persisten los grandes imperios coloniales del siglo XVII y XIX, la colonización ha sido una dinámica constante que se ha mantenido a la par que la biopolítica y la necropolítica se han ido asentando como prácticas generalizadas.
Los casos de muchos países africanos, asiáticos y latinoamericanos nos demuestran que el colonialismo se ha transformado en una relación de dependencia económica y política (pues muchos de sus gobiernos se mantiene gracias al apoyo militar y financiero de otros países), parte de una división mundial del trabajo donde los países dependientes aportan la mano de obra barata y la explotación de sus recursos naturales, mientras los países colonizadores se dedican al procesamiento y consumo de estos bienes y ofreciendo servicios. Sin embargo, es importante destacar que también se reproducen estas dinámicas dentro de los Estados, un colonialismo interno basado en la explotación, discriminación y marginación de grupos étnicamente diferentes al predominante, un ejemplo sería el trato que reciben los grupos indígenas en los países latinoamericanos.
En ambos casos, el colonialismo (externo e interno) permite que un Estado defina las vidas que importan y las que no, y “administre” el aprovechamiento de esas vidas y determine cuán aceptable es sacrificar algunas para obtener determinados fines.
Quizá, el mayor fin de estos, no tiene una implicación económica necesariamente, sino una simbólica.
2 Achille Mbembe. Necropolítica. México, Melusina, 2020. p. 23
3Ibídem. p. 22
4Ibídem. p. 40
La mujer como condición de posibilidad
La vida moderna es sumamente violenta, llena de frustración, odio y la explotación de unos sobre otros. Es por ello que el Estado moderno necesita poder disponer de víctimas propiciatorias (chivos expiatorios) para descargar el exceso de violencia colectiva que, de otro modo, amenazaría con desintegrar a la sociedad.
De este modo, las víctimas propiciatorias deben ser consideradas vidas sacrificables, sin importancia, nulas. No hay culpa en ello, pues ya viven «sometidas a condiciones de existencia que les confieren el estatus de muertos-vivientes».5 Tal como señala Butler, «son vidas para las que no cabe ningún duelo porque ya estaban perdidas para siempre o porque más bien nunca «fueron», y deben ser eliminadas desde el momento en que parecen vivir obstinadamente en ese estado moribundo».6
Quizá la mayor víctima propiciatoria de la que dispone el Estado son las mujeres. El origen del patriarcado es la base de nuestra organización social, surgido en los albores de la civilización y que dio lugar a la propiedad privada sobre la tierra. El patriarcado es quizá la primera colonización de la que tenemos noción, pues es el sometimiento de la mujer a la soberanía del hombre. Una soberanía que se expresa en última instancia como feminicidio. En palabras de Segato:
«En la lengua del feminicidio, cuerpo femenino también significa territorio y su etimología es tan arcaica como recientes son sus transformaciones. Ha sido constitutivo del lenguaje de las guerras, tribales o modernas, que el cuerpo de la mujer se anexe como parte del país conquistado. La sexualidad vertida sobre el mismo expresa el acto domesticador, apropiador, cuando insemina el territorio-cuerpo de la mujer».7
5 Achille Mbembe. Necropolítica. México, Melusina, 2020. p. 75
6 Judith Butler, Vida precaria: el poder del duelo y la violencia, Buenos Aires, Paidós, 2006, p. 60.
7 Rita Segato, «La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez», en Rita Segato, La guerra contra las mujeres, Madrid, Traficantes de sueños, 2016, p. 46.
Esta relación de dominación es una constante agravada por la condición étnica, si de por sí las vidas de las mujeres carecen de valor, bajo el criterio del racismo colonial, hay quienes conservan un escaso valor y quienes valen menos que nada.
No es gratuito que haya sido la mujer el grupo más violentado a lo largo de la historia y, a la vez, el más relacionado con la divinidad y lo sagrado, pues tal como lo plantea Girard
El mecanismo del chivo expiatorio funciona por medio de esta capacidad humana para desplazar la violencia, pero ya no de un individuo a otro, sino de una comunidad entera hacia un solo individuo, quien es considerado culpable de la crisis y como tal, una encarnación del mal que amenaza a la comunidad. Girard señala que este proceso de atribución de la culpa o pecados de la comunidad entera a uno de sus miembros es inconsciente; o incluso, pre-consciente o pre-lingüístico.8
Esto se pude notar en lo práctico, en las conclusiones de Rita Segato al respecto de la relación entre los efectos de la apertura al mercado internacional, el agravamiento de las condiciones socioeconómicas y el aumento de la violencia feminicida.9 Por ello en un país como México, donde el machismo se hace patente en la gran cantidad de feminicidios, la figura religiosa más importante es irónicamente una mujer (la virgen de Guadalupe).
En este sentido el Estado moderno solidifica el statu quo con la sangre de las mujeres, por ello podría decirse que son su condición de posibilidad. Permite tener una reserva enorme de víctimas sacrificables para asegurar que la violencia acumulada tenga una salida controlada, siempre disponible y que no necesita de la construcción de un enemigo (que muta dependiendo del contexto histórico), pues esta condición de las mujeres está fuertemente arraigada en nuestra cultura.
La mujer como condición de imposibilidad
La cultura de la que hablo, la que compartimos en el mundo occidental, es la de la negación de uno mismo. Este es un proceso complejo que inicia en la infancia.
8 Pierpaolo Antonello y Paul Gifford, How We Became Human, Michigan, MSU Press, 2015, p. XXX.
9 Rita Segato, «La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez», en Rita Segato, La guerra contra las mujeres, Madrid, Traficantes de sueños, 2016.
“Cuestionar el amor de los padres es uno de los grandes tabúes de nuestra civilización”;10 sin embargo, es determinante a la hora de conformar la propia identidad. Lamentablemente es en esta primera socialización en que se le niega al infante su derecho a ser y a expresar emociones. El infante, al ser desdeñado en sus necesidades afectivas, se adapta al deseo de los padres para poder conseguir aceptación y la ilusión del afecto de los padres, al coste de reprimir en sí lo que no es del agrado de los padres. Tal como lo señala Butler, lo que nos hace humanos es nuestra condición de vulnerabilidad11 al impacto que los otros ejercen sobre lo que somos. El sufrimiento que, paradójicamente nos vincula como seres humanos, es identificado por esta experiencia infantil como una señal de debilidad y que nos expone al desprecio.
La negación de sí mismo crea un conflicto grave en la autoconcepción de las personas, llevándolas a la negación tajante de querer sentir (por miedo al dolor) o al deseo de dominar (deseo de negar la condición de víctimas vinculándose con el opresor).
Por lo anterior, esta negación de sí, y en primera instancia del potencial infantil, impacta gravemente en el desarrollo del individuo porque lo vuelve un ser impotente:
Crear vida es trascender la situación de uno como criatura que es lanzada la vida como se lanzan los dedos del cubilete, pero destruir la vida también es trascenderla y escapar del insoportable sentimiento de pasividad total. Crear vida requiere ciertas cualidades de las que carece el individuo impotente, destruir vida requiere solo de una cualidad el uso de la fuerza. El individuo impotente si tiene una pistola, un cuchillo o un brazo vigoroso, puede trascender la vida destruyéndola en otro o en sí mismo, así se venga de la vida porque ésta se le niega. La violencia compensadora es precisamente la violencia que tiene sus raíces en la impotencia y que la compensa. El individuo que no puede crear quiere destruir.12
10 Arno Gruen. ¿Es posible un mundo sin guerras? Editorial Herder, México. P. 30.
11 Judith Butler, «Violencia, duelo, política«, en Judith Butler, Vida precaria: el poder del duelo y la violencia, Buenos Aires, Paidós, 2006.
12 Erich Fromm. El corazón del hombre. Fondo de cultura económica: México, 1996, p. 30.
Lo que se rechaza en uno mismo se vuelve odioso, despreciable, un mal a extirpar. Pero la represión de ese mal interno llevaría al suicidio, por lo que de la mano del instinto de autoconservación la única salida es reprimirlo en otros. Se identifica al otro como la personificación de eso que odiamos en nosotros, y la violencia contra este “enemigo” se vuelve un acto justo, de purificación. Esto posibilita el mecanismo de la víctima propiciatoria señalado por Girard.
Aunque este proceso del desprecio de sí mismo es algo patente en todas las sociedades patriarcales, observable en todos los individuos independientemente de su género, si existe una gradación a partir de este criterio. Los hombres son educados en la negación completa de sí mismos, lo que les inculca un amor por la violencia, por la dominación, por la muerte; mientras que, a las mujeres que, a pesar de recibir un grado mayor de represión emocional y sexual, se le permite un mayor grado de expresión de la propia sensibilidad lo que trágicamente tiene la intención de ser la personificación de esa debilidad que se desprecia socialmente. Así el destino de lo masculino es dominar a lo femenino, tal como la razón debe imperar sobre lo emocional. Es en esto en lo que se basa la moralidad occidental, por ello
la violación, la dominación sexual, tiene también como rasgo conjugar el control no solamente físico sino también moral de la víctima y sus asociados. La reducción moral es un requisito para que la dominación se consume y la sexualidad, en el mundo que conocemos, está impregnada de moralidad.13
Sin embargo, esta condición es precisamente lo que se vuelve un factor de imposibilidad para el Estado moderno, pues si la relación de autodesprecio se corrigiera mediante la aceptación de la propia vulnerabilidad cuestionaría gravemente los fundamentos de la soberanía, pues el «terror que la sostiene [terror a aceptarse vulnerables, posibilita que] vivir bajo la ocupación contemporánea sea experimentar de forma permanente la “vida en el dolor”».14
13 Rita Segato, «La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez», en Rita Segato, La guerra contra las mujeres, Madrid, Traficantes de sueños, 2016, p. 46.
14 Achille Mbembe. Necropolítica. México, Melusina, 2020. P. 72
Conclusión.
Las mujeres en sus luchas por su emancipación de esta condición son un riesgo latente que amenaza con tambalear las bases del Estado Moderno, por lo cual son tratadas con tanta hostilidad. Ellas tienen la posibilidad de construir nuevas dinámicas basadas en algo distinto a lo que conocemos hasta ahora en la cultura occidental. Es difícil saber qué podría llegar a surgir, lo que si es certero es que cualquier intento de construcción de una nueva sociedad política basada en las mismas dinámicas culturales nos llevará a los mismos resultados estatales.
Hay mucho que se debería estudiar más al respecto de este tema, esta breve formulación deberá ser ampliada para poder determinar los alcances de la situación femenina y su potencial de cambio para las sociedades humanas venideras.
Bibliografía.
MBEMBE, Achille. Necropolítica. México, Melusina, 2020.
MOUFFE, Chantal En torno a lo político, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2007.
FROMM, Erich. El corazón del hombre. Fondo de cultura económica: México, 1996.
GRUEN, Arno. ¿Es posible un mundo sin guerras? Editorial Herder, México. 2006 BUTLER, Judith «Violencia, duelo, política«, en Judith Butler, Vida precaria: el poder del duelo y la violencia, Buenos Aires, Paidós, 2006.
ZAMBRANO, María. Filosofía y poesía, México, Fondo de Cultura Económica, 1996.
SEGATO, Rita, «La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez», en Rita Segato, La guerra contra las mujeres, Madrid, Traficantes de sueños, 2016.
ANTONELLO, Pierpaolo; GIFFORD, Paul (ed.). How we Became Human: Mimetic Theory and the Science of Evolutionary Origins. Michigan, MSU Press, 2015.